sábado, julio 21, 2007

El testimonio de Simone Weil por Agapito Maestre y yo mismo





Simone Weil: Escritos históricos y políticos. Trotta


He intentado leer varias veces el libro de Sylvie Cortine-Denamy Tres Mujeres En Tiempos Sombríos. Dicen que fue el sospechoso Brecht quien acuñó el término 'tiempos sombríos'  para referirse a la década de 1933 a 1943. Y es que duele asistir a las vicisitudes de estas tres damas entregadas en soledad a sus hercúleas causas morales con semejante heroicidad, bajo el estigma añadido de ser judías y filósofas. Un artículo del gran Agapito Maestre sobre este libro de Trotta me hace revisitar las tres gigantescas figuras. Todas mantuvieron una relación muy estrecha con sus mentores (Alain, Jaspers y Heidegger) pero siempre desde el plano de la disquisición mas rigurosa, el intercambio de ideas igualitario y, en ocasiones, la disputa mas recia. No necesitaron la tutela de nadie, ni el amparo de ninguna institución del estado. Las tres fueron mentes brillantes desde la infancia. Ninguna abandonó jamas la defensa del pueblo judío.


Edith Stein, reconocida como autora de La ciencia de la cruz, era alumna de Husserl. Se convirtió al catolicismo (fue decisiva en su vida la figura de San Juan de la Cruz) y se hizo monja, uniéndose al Carmelo. En 1998, fue canonizada por Juan Pablo II y la convirtió en Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Era la primera vez en la historia que se convertía en santa a una judía. Para gran dolor del feminismo actual dedicó grandes esfuerzos a la lucha por los derechos de las mujeres, pero apenas si consta en el imaginario progresista por esta labor. Pereció en Auschwitz en 1942. Merece varios volúmenes.


Hannah Arendt, nacida Johanna Arendt, es la única que sobrevive a la oscura década. Es la que más ejerce la política. Destaca como un extraordinario talento desde su rebelde primera juventud. El régimen nacionalsocialista le retiró la nacionalidad en 1937 (tras encarcelarla brevemente en 1933), por lo que fue apátrida hasta que consiguió la nacionalidad estadounidense en 1951. Sus días terminaron en 1975 en Nueva York. Su intensa relación con el gran filósofo del siglo XX, Martin Heidegger, llena de admiración, respeto, crítica feroz (su admirado maestro se posicionó cerca del nazismo) y casi enamoramiento, es lo mas conocido de ella para el gran público. Su obra sobre el fin del nazismo (esencial su retrato del célebre juicio en Eichmann en Jerusalén ) y la banalidad del mal aporta una visión analítica, fría (criticó duramente la actitud de los propios consejos judíos en connivencia con Eichmann en los campos de exterminio) acerca de la condición humana. Su obra magna, que la situa entre los pensadores mas relevantes del siglo es Los orígenes del totalitarismo. Mantuvo también una intensa relación académica con Karl Jaspers en torno a la alemanidad y el sionismo como opciones vitales. Mantuvo viva su lucha política en defensa del pueblo judío (siempre desde el análisis incómodo) y su pasión  filosófica hasta el final.



Y llegamos a la mujer que propicia estas lineas.

Hay quien dice que Simone Weil, se deja morir en un hospital inglés cuando en abril de 1943 se le diagnostica tuberculosis. Este desenlace explica mucho de la identidad de esta mujer. Se niega a consumir los alimentos que su enfermedad recomienda y muere el 24 de agosto, a los 34 años. Simone había huido hacia los Estados Unidos con su familia. Era 1942 y la ocupación alemana triunfaba en Francia. Weil pasó un tiempo en Harlem viviendo con los pobres. Luego retornaba hasta Londres y se unía a la resistencia francesa. Se sometió a una gran intensidad de trabajo y sacrificio. En 1943 contrajo tuberculosis.  Weil se negó a recibir un trato diferente al que consideraba propio de los franceses sometidos a la ocupación alemana. Rechaza la comida que se le ofrecía y muere ese verano de insuficiencia cardíaca a los 34 años en el sanatorio británico de Kent.

El certificado de defunción decía: “la difunda se mató al negarse a comer al sufrír de trastornos mentales”. Se había negado a alimentarse como expresión de solidaridad hacia las víctimas de la guerra. Otros piensan que Weil murió de hambre luego de haber leído a Schopenhauer y sus capítulos sobre ascetismo y sacrificio santo (tal vez Parerga y Paralipómena). Las cartas del personal médico explicaban que Weil había pedido comida varias veces y que había comido días antes de morir y que fue la fragilidad de su salud la que impidió que Weil pudiera alimentarse adecuadamente. Falleció siendo una completa desconocida como autora.


Weil fue una estudiante precoz, como Stein y Arendt.  La pasión obsesiva acompañaba todos sus empeños. Así 1915, con seis años, no quiso tomar azúcar en solidaridad con las tropas atrincheradas en el frente occidental. En 1919, a los diez años, se declaró bolchevique. A los 12, dominaba el griego antiguo. Aprendió sánscrito luego de leer el Bhagavad Gita. Con dieciocho años se involucró en el movimiento de los trabajadores y se consideraba marxista, pacifista y gremialista. Se crió en un entorno intelectualmente privilegiado, con un padre médico y un único hermano, André Weil, que se convertiría en uno de los más prominentes matemáticos del siglo XX. A pesar de pertenecer a una familia intelectual, hebrea/judía y agnóstica, siempre sintió un gran interés por las religiones y las tradiciones en materia de sabiduría trascendente. Ese afán por la espiritualidad no resultó incompatible con lo cotidiano, con su lucha política en favor de trabajadores.


Tras estudiar filosofía y literatura clásica al abrigo del célebre Alain (Émile Chartier, un mentor que la llamaba la “virgen roja” e incluso “la marciana”). a los 19 años ingresa, con la calificación más alta, seguida por Simone de Beauvoir, en la Escuela Normal Superior de París. Se gradúa a los 22 años y comienza su carrera docente.


“Me intrigaba por su gran reputación de mujer inteligente y audaz. Por ese tiempo, una terrible hambruna había devastado China y me contaron que cuando ella escuchó la noticia lloró. Estas lágrimas motivaron mi respeto, mucho más que sus dones como filósofa. Envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero”.  Simone de Beauvoir

Conoce a León Trotsky en París, con quien discute sobre la situación rusa, Stalin (se convirtió en antistalinista) y la doctrina marxista. A los 25 años, deja un tiempo su carrera docente e ingresa como obrera en Renault para conocer de primera mano el sentido de su vocación sindical. Su débil condición física forzó la renuncia tras unos meses. "Allí recibí la marca del esclavo", dirá . En 1935, retomó la enseñanza y donó gran parte de su salario a las causas políticas y las causas benéficas. Allí se significa como Sindicalista de la educación. 
Su lucha ideológica sufre un duro e íntimo revés cuando en 1936 decide unirse a las tropas republicanas españolas en completa contradicción con sus creencias pacifistas. Aunque Simone Weil se identificaba entonces como anarquista, el rechazo de la fuerza es una constante de su pensamiento. Y si tuvo al comienzo una percepción moderada sobre la no-iolencia preconizada por Gandhi  siempre tendrá presente a Lanza del Vasto. Empieza como periodista voluntaria en Barcelona y se incorpora al combate armado en Aragón. Su compromiso con la columna Durruti le deja un amargo sentimiento. Aprende a usar el fusil pero nunca se atreve a dispararlo.  Tras quemarse en la cocina deja España. Los horrores de la guerra llevan a la heroina a la profunda desilusión con las ideologías. Tomó conciencia de que el comunismo llevaba a la formación de dictaduras. Se inicia una visión  desideologizada de los conflictos humanos. Crítica ejemplar es su comparación entre el comunismo y el nacionalsocialismo: 
"Por sorprendente que pueda parecer, se encuentran semejanzas tan sorprendentes entre el movimiento hitleriano y el movimiento comunista que después de las elecciones la prensa hitleriana ha tenido que dedicar un largo artículo a desmentir el rumor de conversaciones entre hitlerianos y comunistas con vistas a un gobierno de coalición."


La entonces voluntaria anarquista Simone Weil, después del 19 de julio, reconoce que la mentira organizada también existe. La ocultación del crimen por razones de ideologización de los revolucionarios republicanos  (con la ayuda de la NKVD, el GRU y el amparo moral del propio Hemingway) es denunciada por Weil ya en 1936.  Su crítica no se dirige a los comunistas y socialistas, que aplicaban los mismos métodos que Lenin en Rusia durante la guerra civil para imponer la revolución, sino a sus compañeros anarquistas:

"Por desgracia también aquí en Cataluña vemos producirse formas de coacción, casos de inhumanidad directamente contrarios al ideal libertario y humanista de los anarquistas (...) Aquí se da la coacción militar. A pesar de la afluencia de voluntarios, se ha decretado la movilización (...) Hay constricciones en el trabajo. El consejo de la Generalitat, en el que nuestros camaradas detentan los ministerios económicos, acaba de decretar que los obreros que no produzcan con un ritmo determinado serán considerados como rebeldes y tratados como tales; lo cual significa, ni más ni menos, la aplicación de la pena de muerte en el sector de la producción industrial. 
Por lo que atañe a la coacción policial, la policía anterior al 19 de julio ha perdido casi todo su poder. Por el contrario, durante los tres primeros meses de la guerra civil, los militantes responsables y, con demasiada frecuencia, algunos individuos irresponsables, han venido ejecutando fusilamientos sin mediar el más mínimo simulacro de juicio y, por lo tanto, sin que pudiera darse algún control sindical o de cualquier otro orden." 

Durante la última parte de su vida, sólo fue capaz de entenderse intelectualmente con sacerdotes católicos. Su obra se gestará en un permanente vínculo con el cristianismo. Su camino de perfección es como siempre ovsesivo, y de tal exigencia que no llega a bautizarse por no considerarse digna de tal grandeza. Weil no tuvo formación judía alguna. Sus escritos religiosos son netamente cristianos, si bien sumamente heterodoxos, muy cercanos al gnosticismo cristiano, al catarismo. 


Tres grandes ideas vertebran su pensamiento: 1) sólo es posible pensar de verdad a contracorriente; 2) nada es compresible intelectualmente si no pasa por nuestra constitución ontológica: el sufrimiento; 3) quien desprecia la religión no sólo se instala en el oscurantismo, sino que trabaja a favor del totalitarismo. Persigue la reconciliación entre la modernidad y la tradición cristiana, tomando como brújula el humanismo griego. 

Es en este período final de su breve vida que encuentra el mensaje evangélico de Jesús de Nazareth. Es un descubrimiento como el de San Pablo en el camino de Damasco o el de Blas Pascal la noche del Memorial. 


Con los textos de Weil, comprobamos que España vivía antes del 18 de julio de 1936 una situación de violencia prerrevolucionaria, muy lejos de la idea de una república burguesa plenamente asentada en un ejemplar Estado de Derecho. A pesar de la violencia que soportaba la nación española, la fuerza de la propaganda republicana convirtió el Alzamiento en un acto singular y único de criminalidad, surgido de la mente perversa de unos pocos, contra una república idílica y pacífica. La realidad muestra lo contrario: que el Alzamiento, el golpe de Estado, surgió en un contexto de violencia revolucionaria generalizada y obtuvo el respaldo de millones de españoles. Los voceros de la propaganda republicana cuestionan la realidad apelando a múltiples formas de engaño. Un elemento central de esa propaganda consiste en resaltar que los intelectuales estuvieron con el Gobierno de la República. 
"Abandoné España a mi pesar y con la intención de regresar; más tarde no hice nada, tras decidirlo así voluntariamente. No sentía ninguna necesidad interior de participar en una guerra que ya no era, como me había parecido en un principio, una guerra de campesinos hambrientos contra los propietarios de las tierras y un clero cómplice de los latifundistas, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia. He reconocido ese olor de guerra civil, de sangre y de terror que desprende vuestro libro; yo lo había respirado (...) Una última historia; ésta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron en una ocasión cómo, con algunos camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; mataron a uno allí mismo, en presencia del otro, de un pistoletazo, y luego le dijeron al otro que podía irse. Quien me contó la historia se extrañó enormemente de no verme reír. En Barcelona las expediciones de castigo mataban a una media de cincuenta personas cada noche (...) Mas las cifras no pueden ser lo esencial en casos así. Lo esencial es la actitud ante el asesinato. Nunca vi, ni entre los españoles, ni tampoco entre los franceses venidos ya para combatir, ya para pasearse –estos últimos solían ser intelectuales tiernos e inofensivos–, jamás vi –decía– a nadie expresar ni tan siquiera en la intimidad una muestra de repulsión, hastío o desaprobación (...) Hombres aparentemente valerosos (...) contaban con una sonrisa fraternal cuántos habían matado entre sacerdotes y "fascistas" (palabra que se utilizaba en un sentido extremadamente lato). Albergué el sentimiento de que, mientras las autoridades espirituales y temporales sigan estableciendo una categoría de seres humanos al margen de aquellos cuya vida tiene un valor, no hay nada más natural para el hombre que matar." 

SIMONE WEIL: ESCRITOS HISTÓRICOS Y POLÍTICOS. Trotta (Madrid), 2007, 539 páginas.

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